lunes, 27 de julio de 2009

Todo arde si se aplica la llama adecuada

Cada día la misma rutina”, pensó mientras se esforzaba en subir la pesada puerta metálica de su pequeño bar. La cara de satisfacción al dar la bienvenida a los clientes habituales era, hace ya años, una máscara que se ponía al salir de casa, un ritual que lo asqueaba.
-Buenos días Don Manuel, parece que el invierno ya esta aquí. Comentó sin siquiera girar la cabeza.-Hola, Pablo, ¿listo para otro día? Le respondieron a su espalda.
Fueron ocupando las mesas, la misma gente en el mismo lugar tomando el mismo café. Como las ceremonias religiosas, repitiendo su ritual desde hace siglos, asi eran los desayunos en "El rincón de Pablo". Y él era el sacerdote. Ya odiaba hasta el nombre, que al principio había parecido estupendo.
Buscó con la mirada al "abuelito". Asi llamaban a un señor muy mayor que había sido dueño del local y se lo habia vendido hacía ya 30 años, convirtiéndose en el cliente más antiguo. Desde entonces, habia desayunado en la mesa junto a la ventana.Pero hoy no estaba....
Desde el otro lado de la barra, Don Manuel le tendía una moneda, presto para pagar e irse a trabajar. Cobró con gesto mecánico y le dio las gracias. También habia notado la ausencia y antes de cruzar el umbral, que lo separaba del mundo real, se dio la vuelta y con una mueca sombría, dijo a Pablo:-Me temo que ya no volveremos a ver a "el abuelito" por aquí.Y salió, para sumergirse en la locura cotidiana.
Pablo recordó. Tanto habían pasado juntos, el viejo y él. Las nevadas de hace 10 años, aquellos mundiales de fútbol, las broncas que le echaba cuando no estaba el periódico del día. Por un segundo tuvo ganas de llorar. Unos cuatro años atrás el hijo había enviado a vivir con él a su nieta, y ahora ella iba a abrir un negocio.“Sólo era un cliente”, se conformó. Mientras cerraba, una lágrima cayó lentamente sobre su rostro... Estaba tan feliz el abuelito...


“Yo tambien fui feliz”, se dijo Pablo. Ana, su esposa, lo había abandonado hacia 3 años, decía que el bar lo había alejado de ella, que solo vivia para trabajar.

Durmió mal y poco, se sentia triste y abatido, pero fue a abrir a la siguiente mañana, a la hora habitual. Escuchó a su espalda los murmullos de los clientes que esperaban y subió la cada día más pesada puerta de metal.-Buenos días, Sr. Manuel, parece que el invierno ya esta aquí. Volvió a decir sin girar la cabeza.Le respondió el silencio. Por eso volteó su cabeza, extrañado, aún agachado a los pies de la puerta. Allí estaba Manuel mirando atentamente hacia la vereda de enfrente. Y entonces lo vio: al otro lado de la calle unos carteles anunciaban un Bar.

Pablo se quedo petrificado. Sentado en una mesa, junto a una ventana, "el abuelito" apuraba un café, con una extraña sonrisa de felicidad.

- Ayer lo dije, ya no lo volveremos a ver por aquí. Ahora que su nieta abrió su propio bar, es lógico. Pero, ya lo sabias, ¿no?. Hacía meses que no dejaba de hablar de ello. Vaya con el abuelito... Y sonrió malévolamente.Pablo continuaba clavado en el suelo, habia llorado creyéndolo muerto y ya lo echaba de menos, como a un amigo... Las luces de neón le confirmaron lo dicho por Manuel. El rótulo anunciaba "El Abuelito - Bar Restaurante".

Se dio cuenta entonces de que realmente había dejado de escucharlo, de prestar atención a sus palabras, que lo miraba sin verlo, que el abuelito estaba allí como si hubiese sido un mueble más. “No lloraba por él, sino por mi”, Comprendió que no era el abuelito el que parecía un mueble, sino que él se habia transformado en una máquina, ajeno a todos y a todo. “El infierno de Pablo”... Así debió llamarse el bar...

No abrió ese día y aquella misma tarde un letrero de “TRASPASA” colgaba pegado en el centro de la oscura soledad del portón, la misma que llevaba en su corazón y de la que estaba a punto de huir.

En el local abrieron un videoclub, en una de sus paredes con una chincheta clavaron una tarjeta postal de una exótica playa. Detrás, podía leerse:

“Esto es el paraíso, no me esperéis. He encontrado mi sitio y creo que soy feliz. Recuerdos al Abuelito y dadle la gracias. Pablo y Ana”.

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