martes, 28 de julio de 2009

Una parte de mi


Nunca ajeno al desconcierto que su presencia impone, estudia la forma de no pasar desapercibido. Coqueto y seductor, se ha especializado en añadir pimienta allí donde vaya y, sin un ápice de pudor, desnudo aparece consciente de su hermosura. No le gusta el invierno que lo encierra encorsetando su libertad y busca desesperado entre los nubarrones grises de febrero aquel rayo de sol que le deje salir de su modorra. Cuando llega el calor, se despereza de su largo sueño, sonríe brillante, se transforma pleno de gozo y vuelve a las andadas importándole muy poco las miradas justicieras. No cree en tiempos ni en edades, no le funcionan las reglas que la gente asume como si de una religión se tratase. Le gusta recrearse ante los espejos, es bastante presumido, algo altanero, diría que hasta a veces un cretino.
A menudo se choca de bruces con el aburrimiento, en esas ocasiones es distante y lo provoca, no se acerca a sus espacios, colocando un muro, suele salir triunfante encarándose al mundo.
Si le hablas de decencia, desconoce su significado. La humildad no es su fuerte, se vacunó el pasado verano. Pero le gusta hablar de amor, sentirse acariciado. No renuncia a una noche de placer, es algo sátiro y no caer entre sus redes de conquista es toda una lucha silenciosa, juguetona.
Perdón, ¡qué falta la mía!, aún no os he aclarado, después de tanta línea, que éste del que sin tapujos hablo y que conozco pues con el me he criado, es mi ombligo, indecente y alocado que hace días me suplica le escribiera un relato.

lunes, 27 de julio de 2009

Todo arde si se aplica la llama adecuada

Cada día la misma rutina”, pensó mientras se esforzaba en subir la pesada puerta metálica de su pequeño bar. La cara de satisfacción al dar la bienvenida a los clientes habituales era, hace ya años, una máscara que se ponía al salir de casa, un ritual que lo asqueaba.
-Buenos días Don Manuel, parece que el invierno ya esta aquí. Comentó sin siquiera girar la cabeza.-Hola, Pablo, ¿listo para otro día? Le respondieron a su espalda.
Fueron ocupando las mesas, la misma gente en el mismo lugar tomando el mismo café. Como las ceremonias religiosas, repitiendo su ritual desde hace siglos, asi eran los desayunos en "El rincón de Pablo". Y él era el sacerdote. Ya odiaba hasta el nombre, que al principio había parecido estupendo.
Buscó con la mirada al "abuelito". Asi llamaban a un señor muy mayor que había sido dueño del local y se lo habia vendido hacía ya 30 años, convirtiéndose en el cliente más antiguo. Desde entonces, habia desayunado en la mesa junto a la ventana.Pero hoy no estaba....
Desde el otro lado de la barra, Don Manuel le tendía una moneda, presto para pagar e irse a trabajar. Cobró con gesto mecánico y le dio las gracias. También habia notado la ausencia y antes de cruzar el umbral, que lo separaba del mundo real, se dio la vuelta y con una mueca sombría, dijo a Pablo:-Me temo que ya no volveremos a ver a "el abuelito" por aquí.Y salió, para sumergirse en la locura cotidiana.
Pablo recordó. Tanto habían pasado juntos, el viejo y él. Las nevadas de hace 10 años, aquellos mundiales de fútbol, las broncas que le echaba cuando no estaba el periódico del día. Por un segundo tuvo ganas de llorar. Unos cuatro años atrás el hijo había enviado a vivir con él a su nieta, y ahora ella iba a abrir un negocio.“Sólo era un cliente”, se conformó. Mientras cerraba, una lágrima cayó lentamente sobre su rostro... Estaba tan feliz el abuelito...


“Yo tambien fui feliz”, se dijo Pablo. Ana, su esposa, lo había abandonado hacia 3 años, decía que el bar lo había alejado de ella, que solo vivia para trabajar.

Durmió mal y poco, se sentia triste y abatido, pero fue a abrir a la siguiente mañana, a la hora habitual. Escuchó a su espalda los murmullos de los clientes que esperaban y subió la cada día más pesada puerta de metal.-Buenos días, Sr. Manuel, parece que el invierno ya esta aquí. Volvió a decir sin girar la cabeza.Le respondió el silencio. Por eso volteó su cabeza, extrañado, aún agachado a los pies de la puerta. Allí estaba Manuel mirando atentamente hacia la vereda de enfrente. Y entonces lo vio: al otro lado de la calle unos carteles anunciaban un Bar.

Pablo se quedo petrificado. Sentado en una mesa, junto a una ventana, "el abuelito" apuraba un café, con una extraña sonrisa de felicidad.

- Ayer lo dije, ya no lo volveremos a ver por aquí. Ahora que su nieta abrió su propio bar, es lógico. Pero, ya lo sabias, ¿no?. Hacía meses que no dejaba de hablar de ello. Vaya con el abuelito... Y sonrió malévolamente.Pablo continuaba clavado en el suelo, habia llorado creyéndolo muerto y ya lo echaba de menos, como a un amigo... Las luces de neón le confirmaron lo dicho por Manuel. El rótulo anunciaba "El Abuelito - Bar Restaurante".

Se dio cuenta entonces de que realmente había dejado de escucharlo, de prestar atención a sus palabras, que lo miraba sin verlo, que el abuelito estaba allí como si hubiese sido un mueble más. “No lloraba por él, sino por mi”, Comprendió que no era el abuelito el que parecía un mueble, sino que él se habia transformado en una máquina, ajeno a todos y a todo. “El infierno de Pablo”... Así debió llamarse el bar...

No abrió ese día y aquella misma tarde un letrero de “TRASPASA” colgaba pegado en el centro de la oscura soledad del portón, la misma que llevaba en su corazón y de la que estaba a punto de huir.

En el local abrieron un videoclub, en una de sus paredes con una chincheta clavaron una tarjeta postal de una exótica playa. Detrás, podía leerse:

“Esto es el paraíso, no me esperéis. He encontrado mi sitio y creo que soy feliz. Recuerdos al Abuelito y dadle la gracias. Pablo y Ana”.

sábado, 25 de julio de 2009

Ilusiones

Sus dedos se rozaron un instante casual.
“Aquí tiene su vuelta señor”, dijo ella con voz mecánica.
“Gracias” murmuró el y marchó de la cafetería como cada tarde, temblando emocionado.

viernes, 24 de julio de 2009

Encuentro


Cuatro de la tarde y ni un alma en la ciudad. Caminaba mochila al hombro sofocado por el calor, hambriento buscando un milagro, algún bar donde cobijarse del sol insensato que hoy se empleaba con avaricia sobre su cabeza. A lo lejos una figura se iba acercando, los tacones repicaban en la acera como una marcha militar, fuertes y seguros. Hizo una mueca de cansancio, miles de calles por las que transitar y precisamente la iba a encontrar ahora, tendría que saludar, ser cortés, preguntar por su vida….
Se iba acercando, no tenía escapatoria. Compuso su imagen, henchido el pecho y armado de valor, justo frente a frente alzó los ojos, sonrió y soltó un hola que retumbó en el silencio. Ella lo miró con indiferencia, luego el asombro acudió a su rescate y continuó su marcha sin detenerse…
Quedó allí, clavado, buscando mentalmente un escondite para su vergüenza. Se lo había repetido en muchas ocasiones y ésta era la confirmación absoluta de que debía cambiar su camino, buscar una óptica y dejar el almuerzo para otro día.

jueves, 23 de julio de 2009

Una llamada perdida


Recordó aquel papel amarillo pegado en la nevera y fue a buscarlo. Estaba arrugado y los números borrosos parecían escurrirse licuados ante sus ojos. No tenía nombre, lo revisó sin demasiadas ganas haciendo el intento de encuadrar un rostro, unos ojos, algo que le descubriese la razón de tenerlo ahora entre sus manos. Todo inútil.
Un teléfono sin nombre se le antojaba como una puerta al misterio así que resolvió llamar, era lo mas práctico. Los tonos se fueron dando uno tras otro sin que nadie acudiera a su encuentro. Lo guardó en el bolsillo y salió sin rumbo decidido a tirarlo en la primera papelera que encontrase. Y eso hizo.
Al otro extremo de la ciudad una mujer canta en la ducha ajena al repiquetear de su móvil, no tiene identificador de llamadas, aunque verá, curiosa, una llamada perdida.